San Martín y Rock & Roll

26.12.2013 00:20

Tres tristes tigres comen trigo en un trigal.

Nunca lo había entendido. Por qué tres, por qué tigres, por qué trigo. El trigal es obvio - le expliqué a la enfermera - ¿No lo es?
Mamá me hubiera dicho que sí. Pero sin haberme oído. "Sí, hijo" solía decir. No tenía oídos. Ni cerebro. Solo boca y corazón.
Papá me hubiera dicho que era tonto. Papá solo tenía boca y corazón también. Seguramente por eso estaban juntos.
Me pregunto por qué yo no. Yo no tengo boca apenas, ni corazón, solo cerebro y oídos.
Hermano no sé qué tenía, nunca llegué a conocerlo bien. Era más reservado. Supongo que era perfecto. O casi. Al menos mejor que yo. Eso oía a papá y a mamá. Pero lo que uno oye y lo que en realidad se dice nunca es lo mismo. Por eso es tan difícil entendernos. Por eso hay guerras, malentendidos, discusiones, peleas. Por eso hay tantos dioses. Alá, Buda, Dios (qué originales con el nombre).

 

"Cuando un loco parece completamente sensato, es ya el momento de ponerle la camisa de fuerza". Aún no es mi momento entonces: debo de parecer un psicópata tocando humanos como si fueran instrumentos. Yo estoy loco. Todos lo estamos pero yo soy el único consciente de ello. Y en realidad eso me hace estar más cuerdo que el resto. Elimina todas mis barreras sociales. Me abre las puertas a todo tipo de experiencias. Por eso me he quedado con el hijo de la puta del primero. Nunca he destripado a un niño. ¡No es que pase de la música! Es que hoy, 11 de Noviembre, he cambiado de género. Ahora me va el rock and roll, quiero ver un saco de piel humano rodando escaleras abajo. Tiene que ser de niño. ¡Un mayor es muy pesado! Qué bien que las sirenas no viniesen aquí. Ahora podré hacerlo.

Menos mal que la tormenta era ensordecedora, porque el hijo de puta gritaba como un cerdo. Seguramente porque clavé mal el cuchillo, o algo. Nunca había hecho matanza. Los aullidos del chiquillo eran estridentes, agitándose colgado por los pies, tiñéndose de escarlata y carmesí, goteando a borbotones sobre el suelo y tapando el enorme charco de lágrimas. "Ha llorado porque no entiende la muerte", pensé mientras le clavaba el cuchillo más veces. Me apetecía verlo lleno de agujeros. Jugar un poco con él a la piñata. "Claro, con cuatro añitos qué va a entender. Yo mismo no la entiendo. Yo también hubiera llorado, creo."

Los alaridos comenzaron a calmarse. El niño se quedaba sin fuerzas para seguir luchando. Cada vez más frío, con la mirada más perdida. Babeaba. Olía mal. Del miedo se había cagado en los pantalones. Me puse frente a él y le acaricié el pelo, empapado de sangre, robándole la poca voluntad que le quedaba para seguir viendo la puerta de salida del garaje, por la que podría haber salido feliz a volver a ser estrechado entre los brazos de sus padres. Miento. ¡Miento! Ahora es cuando puede hacerlo. "¡Si a sus padres los he matado yo!" Reí. Me reí aún más. Caracajeé, más fuerte aún. Me desternillé de la ocurrencia, ¿cómo pude haber pensado por un momento que soltándole iba a ser feliz? ¡Ahora es cuando estaba con sus padres! No en el cielo, porque no existe, ¡pero al menos ha salido del infierno! No más gastar 20 años de toda su puta flor de la vida para nada. No más crecer y darse cuenta poco a poco de que Satán vive en la Tierra y de que el ser humano es el mismísimo diablo. No más partirse la espalda y gastar 40 años más, perdiendo energía hasta jubilarse. No más esperar a la muerte cada mes hasta que llega de pronto, sin cita previa ni pedir permiso a nadie. El cáncer del mundo es la humanidad. Y el cáncer de la humanidad era su propia naturaleza maligna, que duraba desde que empezaron a existir los dioses: vengativos, tiranos, poderosos, déspotas; porque después los dioses se convirtieron en humanos. El problema es que cuando puedes matar a un dios, ¿por qué vas a obedecerle?

Horas después había llegado a la azotea con el cuerpo desangrado del niño. Ni siquiera le había cerrado los ojos. Seguía mirando con cara de subnormal hacia ninguna parte. Casi iba a empezar a amanecer. La tormenta seguía, tan dura e impasible como debió ser el diluvio universal. Eché una última vista al mundo. Respiré una calada de aire puro. El cuerpo del muchacho me recordaba al de una roca: duro y frío, inerte, inexpresivo... y molesto. Tiré el cuerpo por las escaleras para que rodara. Abajo, a golpes, la roca fue rodando. Patada. Más abajo, rodando, cayendo, girando, rodando más, rodando menos, nada. Otra patada... me cansé. No quiero más rock and roll. Quiero que suene el gong, estoy cansado del concierto. El niño pesa... pero cabe por el hueco de las escaleras.

Cuánto tiempo sin jugar a esto... ¡A ver quién llega antes abajo!

Tema: San Martín

canada goose outlet store

pcqmnhkvd@gmail.com | 02.12.2014

canada goose sale

pcqmnhkvd@gmail.com | 02.12.2014

Nuevo comentario