And I hear them now

02.06.2014 02:49

Las deformes paredes azul violáceo constituían prácticamente la última barrera con el mundo exterior. El carcomido pedazo de madera de roble estaba cerrado con pestillo. Dentro se estaba a salvo. Una triste maleta de cuero casi vacía le esperaba impaciente. Él no tenía ninguna prisa. Tirado sobre un colchón sin sábanas encima del parqué del quinto piso de un leproso edificio de ladrillos viejos, él no tenía prisa. Yacía tumbado, helado de frío pero sereno, mirando el techo ahumado en vaqueros y camisa abierta, a rayas, de cuello inglés, dreaming a californication en el humo de un cigarro que había birlado aquella noche escabulléndose entre las risas y el alcohol. 

Podía oír cómo la máquina de escribir tecleaba sola, sin detenerse ni un instante, por nada ni por nadie, gastando inexorablemente el papel que aún quedaba. Llevaba ya casi un cuarto escrito pero, de alguna forma, no podía suprimir el deseo de querer leer siempre muchas páginas por delante. Sin embargo, si había algo que quería por encima de todo esto era que escribiera la otra versión, la cara A, el positivo de aquella fotografía de mal gusto, de deseos reprimidos y sueños rotos. Agotado, giró un poco el cuello y miró la tentadora viga del techo. A duras penas pudo levantarse pero lo hizo. Costosamente logró dar el primer paso. Pero lo hizo. Difícil el segundo. Y el tercero. El cuarto. Quinto. Dejó caer una lágrima en silencio, sin mueca ni suspiro pero con un millón de veces el dolor de mil almas cien veces hechas jirones. De pronto, y al fin, la máquina dejó de escribir. Pero nadie lo oyó. Porque un árbol no hace ruido al caer si no hay nadie allí para escucharlo.

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