Culpa o Miedo

12.03.2014 01:56
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por QUÉ? ¿POR QUÉ? La culpa me oprimía el pecho como una apisonadora. ¿La culpa? O el miedo. Las miradas acusadoras, todo el mundo parecía saber que yo lo había hecho, que lo estaba ocultando, que había asesinado, desmembrado y triturado a mi hermano en la pulverizadora de madera del circo romano. Volví para asegurarme de que no quedaba ni un rastro de sangre. Era cierto, el homicida siempre vuelve a la escena del crimen. Un día, dos, tres. Hasta que se vuelve una rutina. Para asegurarse de que no ha dejado rastro deja otro aún mayor, como una babosa. La realidad no es perfecta, todo debía quedar en perfecta imperfección, simulando que era mamá naturaleza quien limpiaba la casa. Definitivamente aquello no había sido buena idea.
 
 
 
Volví al piso. El ambiente lúgubre, oscuro, ensombrecido por su ausencia. Papá y mamá en el sillón con el televisor encendido y la mirada perdida, aún más negros que las sombras de aquel crepúsculo gris que bajaba el telón un día más. Aún podía verle allí. Parecía real. Le echaba de menos. Quería decirle algo pero no me salían palabras. No me miraba, estaba haciendo algo sobre la mesa grande. Sentía en mi pecho que tenía algo guardado para él, algo cariñoso, precioso, pero a la vez sabía que era inútil abrir la boca. Él no estaba allí, aquel no era él, era solo su imagen con una actitud de eterna ocupación haciendo algo sobre la mesa. Y se hizo un silencio absoluto. Ni un coche, ni el aire, ni la televisión. Como si el tiempo se hubiera parado para todos excepto para la negrura, que terminó por devorar la habitación. Ni una luz. Ni un movimiento. Ni un sonido. Sabía que mi padre seguía con aquella mirada vacía hacia el infinito, con los ojos empañados, y sabía que mi madre no había cambiado su postura en el sillón, que yacía bajo una mantita y sus párpados arropaban sus pupilas para no dejar que viera más que una fina línea, como intentando protegerla de una realidad demasiado cruel para un corazón tan débil. El escozor en los ojos. El nudo en la garganta, el que duele agudo como una angina en el mismísimo centro de la laringe. El melancólico llanto silencioso, inexpresivo, la lágrima que cae porque la herida es tan grande que no deja que caigan más con ella. Esa lágrima que sabes que, si fueses capaz de saborearla, te amargaría tanto la boca que tu saliva se transformaría en bilis.
 
 
 
Doy gracias a Dios todopoderoso por las millonésimas de segundo en las que, al despertarme, he creído que todo había sido un sueño. Esas milésimas en las que aún no era consciente del daño que había hecho. Esas centésimas en las que creí que había solución. Esas décimas... antes de que la culpa oprimiese mi pecho de nuevo, esa bocanada de aire antes de sentirme como si me faltara un pulmón, esa paz que solo tiene el inocente, pero que no siente porque le falta culpabilidad. O porque le falta miedo. Qué terrible maldición la del ser humano, que solo aprecia lo que echa en falta y se acostumbra a lo que tiene y lo deja de sentir.

Tema: Culpa o Miedo

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